La Iglesia de Cristo, la comunidad de discípulos, no tiene por qué ser una comunión estructural, burocrática y jerarquizada, sino que es una comunión espiritual, pues se funda completamente en el Espíritu de Cristo. Pero como he insistido, Jesucristo es la prueba de que lo espiritual es también material y social, siendo así el cuerpo de Cristo una comunión principalmente social y concreta, la cual conllevará naturalmente una orgánica.
Si la Iglesia está unida por el Espíritu Santo, así como el Padre y el Hijo están unidos, tiene que ser como la Iglesia primitiva en Pentecostés, en la que todos los discípulos estaban juntos y tenían en común todas las cosas; no había necesitados entre ellos, pues vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno. Eran de una sola alma y un solo corazón, partían el pan en las casas y vivían sencilla y agradecidamente, haciendo el bien para con toda la sociedad en la que estaban insertos.
Miramos a las iglesias hoy y cuesta ver esto, pero silenciosa e informalmente el Espíritu encarna a Cristo entre sus discípulos, y es ahí que la Palabra agrega más hermanos a la fe bíblica y cristo-céntrica.
Ante la precariedad de nuestras organizaciones religiosas hemos de recordar que las buenas obras no son las nuestras, sino que la Iglesia es obra de Dios. El cuerpo de Cristo no puede de ninguna forma ser un ideal que hemos de construir nosotros, sino que es una realidad hecha por Dios en Cristo Jesús. Es el mayor anticipo y señal de la comunión plena que tendremos en el reino de Dios y por pura gracia nos ha dado el gozo de pertenecer a ella y colaborar con su misión.
Dejémonos llevar por su Espíritu de amor y gocémonos en hacer su voluntad, luchando juntos por su justicia. Amén.
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Hechos 2:42-47, 4:32-37: recopilando lecturas...
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