lunes, 28 de julio de 2014

SOBRE EL CONFLICTO PALESTINO-ISRAELÍ - Carta Pastoral pastores evangélico luteranos VIII Región, Chile

CARTA PASTORAL DEL EQUIPO PASTORAL DE LA 8a REGIÓN
SOBRE EL CONFLICTO PALESTINO-ISRAELÍ

IGLESIA EVANGÉLICA LUTERANA EN CHILE

“Y el fruto de la justicia será la paz, el fruto de la equidad, una seguridad perpetua” (Isaías 32.17)

El equipo pastoral de la Iglesia Evangélica Luterana de la Octava Región ha estado orando juntos a sus comunidades de fe para que pronto reine la paz en la “Tierra Santa”. No queremos más sangre derramada. Por eso, inspirados en la entrega de nuestro Señor Jesucristo compartimos la siguiente Declaración.

1. Anhelamos un mundo en el que “el amor y la verdad se darán cita ; donde la paz y la justicia se besarán, y la verdad brote de la tierra y la rectitud mire desde los cielos” (Salmo 85.10-11). Inspirados en este poema liberador oramos por todas las madres y padres que han perdido sus hijos e hijas; por las viudas y por todas las familias que han perdido un ser querido. Rogamos desde la distancia que el Espíritu Consolador sea con cada persona que en estos momentos está sufriendo el horror de los cohetes, misiles, bloqueo, humillaciones, injurias y torturas en su propia tierra, por el sólo hecho de nacer donde nacieron.

2. No podemos aceptar como seguidores de Jesucristo la interpretación unilateral y sionista, muy arraigada en algunos sectores evangélicos, que mira a Israel como pueblo escogido por Dios, justificando así como plan divino el genocidio que sufre el débil pueblo palestino, y confundiendo además la elección de este pueblo con el estado actual de Israel. Al contrario, creemos, conforme la visión paulina del Nuevo Testamento que son pueblo de Dios quienes viven por la justicia de Jesucristo. Creemos que Dios elige a su pueblo justamente porque éste no tiene nada que ofrecerle en su condición, nada que ofrecer ante tan grande gracia de amor y misericordia, para resaltar la gloria de Dios y no el orgullo humano. 3. No se puede ser neutral frente a un conflicto que evidencia una enorme y abrumadora superioridad bélica de parte del Estado de Israel, ante un pueblo palestino cuyos ciudadanos civiles hoy son aquellos injusticiados y oprimidos por quienes el Espíritu de Dios gime y llora. Como grupo de cristianos y cristianas queremos sacar la voz por todos los civiles que sufren los efectos de esta violencia sistemática.

4. Así como denunciamos la inhumana acción del Estado de Israel que hoy es un “Goliat” frente a un débil “David”, también rechazamos rotundamente las políticas y hechos que emprende Hamas, poniendo en riesgo la propia población civil y los civiles israelíes. Creemos que la paz sólo se logra por medios que le hacen justicia a la dignidad de las personas.

5. Junto con nuestro canto del Kirie, elevamos nuestras voces para decir: "Imploramos tu piedad, oh buen Señor, por quien sufre en este mundo, a una gime toda la creación. Tus oídos se inclinen al clamor de tu gente oprimida, apura, oh Señor, tu salvación. Sea tu paz, bendita y hermanada a la justicia que abrace al mundo entero, ten compasión. Que tu poder, sustente el testimonio de tu pueblo. Tu Reino venga hoy, Kirie Eleison."

Protege Señor al pueblo Palestino y con él a todos los y las que sufren los horrores del poder bélico. Amén.
Pastores de la Iglesia Evangélica Luterana en Chile, 8° Región

miércoles, 23 de julio de 2014

12° La Iglesia: rebaño de Dios

El Señor es mi pastor; nada me faltará.

En lugares de delicados pastos me hará descansar;
Junto a aguas de reposo me pastoreará.

Confortará mi alma;
Me guiará por sendas de justicia por amor de su nombre.

Aunque ande en valle de sombra de muerte,
No temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo;
Tu vara y tu cayado me infundirán aliento.

Aderezas mesa delante de mí en presencia de mis angustiadores;
Unges mi cabeza con aceite; mi copa está rebosando.

Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida,
en la casa de Jehová moraré por largos días.
(Salmo 23)
En toda la historia bíblica, la ganadería fue un pilar fundamental y característico del pueblo hebreo y de su economía. La imagen del pastor y de las ovejas es usada en la Biblia para referirse a muchas cosas, y entre ellas a la Iglesia. Podemos ver cómo el salmo 23 y otros (Sal.28:9; 67:4; 74:1; 77:20; 78:52,70,72; 79:13; 80:1; 95:7; 100:3; 107:41; 136:16) expresan de forma tan bella la idea de que El Señor es nuestro pastor, confiando plenamente en Él.

Jesucristo retoma esta imagen en dos de sus parábolas, una de ellas es la del redil:
"De cierto, de cierto os digo: El que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino que sube por otra parte, ése es ladrón y salteador. Mas el que entra por la puerta, el pastor de las ovejas es. A éste abre el portero, y las ovejas oyen su voz; y a sus ovejas llama por nombre, y las saca. Y cuando ha sacado fuera todas las propias, va delante de ellas; y las ovejas le siguen, porque conocen su voz. Mas al extraño no seguirán, sino huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños. Esta alegoría les dijo Jesús; pero ellos no entendieron qué era lo que les decía.

Volvió, pues, Jesús a decirles: De cierto, de cierto os digo: Yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que antes de mí vinieron, ladrones son y salteadores; pero no los oyeron las ovejas. Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo; y entrará, y saldrá, y hallará pastos. El ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia. Yo soy el buen pastor; el buen pastor su vida da por las ovejas. Mas el asalariado, y que no es el pastor, de quien no son propias las ovejas, ve venir al lobo y deja las ovejas y huye, y el lobo arrebata las ovejas y las dispersa. Así que el asalariado huye, porque es asalariado, y no le importan las ovejas. Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas, y las mías me conocen, así como el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; y pongo mi vida por las ovejas. También tengo otras ovejas que no son de este redil; aquéllas también debo traer, y oirán mi voz; y habrá un rebaño, y un pastor."
(Jn.10:1-16)
Las palabras de Jesús son realmente significativas, pues al decir que Él es el Buen Pastor y al criticar a quienes han tomado abusivamente aquel papel, se muestra como cumplimiento de la profecía de Ezequiel 34. Efectivamente, El Señor se compadece al vernos dispersos, como si no tuviéramos pastor (Mt.9:36; Mr.6:34; Ez.34:5; Num 27:17), por lo que será Él quien nos apacentará (Is.40:11,63:11-14; Miq.5:4,7:14; Ap.7:17; 1Pe.2:25; Heb.13:20), y dice en la profecía:
"He aquí, yo estoy contra los pastores; y demandaré mis ovejas de su mano, y les haré dejar de apacentar las ovejas; ni los pastores se apacentarán más a sí mismos, pues yo libraré mis ovejas de sus bocas, y no les serán más por comida. Porque así ha dicho El Señor: He aquí yo, yo mismo iré a buscar mis ovejas, y las reconoceré. Como reconoce su rebaño el pastor el día que está en medio de sus ovejas esparcidas, así reconoceré mis ovejas, y las libraré de todos los lugares en que fueron esparcidas el día del nublado y de la oscuridad. [...] Yo apacentaré mis ovejas.[...] Yo buscaré la perdida, y haré volver al redil la descarriada; vendaré la perniquebrada, y fortaleceré la débil [...] Y sabrán que yo El Señor su Dios estoy con ellos, y ellos son mi pueblo [...] Y vosotras, ovejas mías, ovejas de mi pasto, personas sois, y yo vuestro Dios, dice El Señor."
(Ez.34:10-12,15,16,30,31)
La profecía también es parafraseada por la parábola de la oveja perdida (Lc.15:1-7; Mt.18:10-14): "¿Qué hombre de vosotros, teniendo cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto, y va tras la que se perdió, hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, la pone sobre sus hombros gozoso; y al llegar a casa, reúne a sus amigos y vecinos, diciéndoles: Gozaos conmigo, porque he encontrado mi oveja que se había perdido". Lucas pone esta parábola junto a la de la moneda perdida (Lc.15:8-10) y a la del hijo pródigo (Lc.15:11-32). Como ya he repetido, el pecado nos ha alejado de nuestro Padre, pero Él se acerca a nosotros para que nos encontremos nuevamente y para recibirnos con fiesta. Fiesta que apunta al Reino de los Cielos, esperanza de su grey (Lc.12:32). Y como hablar del Reino es también hablar de su justicia, no puedo dejar de lado las palabras de Mt.25:31-46:
"Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con él, entonces se sentará en su trono de gloria, y serán reunidas delante de él todas las naciones; y apartará los unos de los otros, como aparta el pastor las ovejas de los cabritos. Y pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda. Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí[...] De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis."
Cristo aboga por los débiles, oprimidos y abandonados, haciendo nuevamente eco con la profecía de Ezequiel, donde también dice: "He aquí yo juzgo entre oveja y oveja, entre carneros y machos cabríos. ¿Os es poco que comáis los buenos pastos, sino que también holláis con vuestros pies lo que de vuestros pastos queda; y que bebiendo las aguas claras, enturbiáis además con vuestros pies las que quedan? Y mis ovejas comen lo hollado de vuestros pies, y beben lo que con vuestros pies habéis enturbiado. Por tanto, así les dice Jehová el Señor: He aquí yo, yo juzgaré entre la oveja engordada y la oveja flaca, por cuanto empujasteis con el costado y con el hombro, y acorneasteis con vuestros cuernos a todas las débiles, hasta que las echasteis y las dispersasteis. Yo salvaré a mis ovejas, y nunca más serán para rapiña; y juzgaré entre oveja y oveja" (Ez.34:17-22).

Al reconocernos como ovejas de Dios, también reconocemos el celo que tiene Él al cuidarnos. Y sabemos que su juicio es a favor nuestro, pues le pertenecemos gracias a su obra (1Cor.6:20; 1Pe.1:18-19). Y si Él ha venido a rescatarnos, debemos reconocerle y agradecerle siendo ovejas mansas y obedientes, que damos nuestra lana, nuestra leche y nuestra vida por el Buen Pastor y por el resto de sus ovejitas, así como Él se entrega por nosotros. Al reconocernos como un rebaño, reconocemos nuestra debilidad y cuántos peligros nos rodean, de ser mezquinas unas con otras, abusadas por machos cabríos y asechadas por lobos (Lc.10:3; Hch.20:29; Mt.7:15; Jn.10:12; Jer.13:17,20). En esto mismo, existe la tensión de tener pastores entre nosotros, cuando nuestro único pastor es Cristo. ¿Qué significa esto? Ciertamente, todos pertenecemos al único Buen Pastor, pero también es cierto que Él ha llamado ministros que pastoreen sus ovejas (Hch.20:28; 1.Pe.5:2; Jn.21:15-17). Vocación sacrificada que merece autoridad y derechos que muchas veces nos son correspondidos (1Cor.9:3-14; 1Tim.5.17-18; Hch 18:2-3; 20:34; 1Cor.4:12; 2 Cor.11:7; Mt.10:10; Lc.10:7)... pero recordemos que las ovejas pertenecen solo al Buen Pastor y ¡ay! de los pastores que se apacientan a sí mismos (Zac.11:17; Jer.23:1-4; Ez.34:2,3,23).

Como manada, entreguémonos al Buen Pastor y cuidémonos los unos a los otros. Y así como el cuerpo de Cristo es plenitud de Cristo, y Cristo es plenitud del Padre, escuchamos también: "conozco mis ovejas, y las mías me conocen, así como el Padre me conoce, y yo conozco al Padre"... y así como la cabeza del cuerpo es una, y el cuerpo es uno, escuchamos también: "oirán mi voz; y habrá un rebaño, y un pastor". Que estas palabras nos den esperanza y certeza, de que Dios escuchó la oración de su Hijo antes de morir: "que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste." (Jn.17:21). ¡Amén!

martes, 22 de julio de 2014

11° La Iglesia: Cuerpo de Cristo


En la entrada anterior ya hablamos de la Santa Cena en relación a la Pascua, y en esta hablaremos de la Santa Cena en su sentido sacramental, o sea que hace presente tangiblemente a Cristo, siendo verdadero cuerpo y verdadera sangre del salvador. A partir de lo anterior, también presentaré a la Iglesia como cuerpo de Cristo, concepción que -me parece- expone de forma más integral la comunidad de creyentes. Por lo mismo es un concepto que, inevitablemente, ya he usado en entradas anteriores.

El énfasis en la presencia real se basa, primeramente, en las mismas palabras de Cristo al instaurar su Cena: "Esto es mi cuerpo... Esto es mi sangre" (Mt.26:26-28; Mc.14:22-24; Lc.22:19-20; 1Cor.11:24-25). Con esto recordamos que Cristo es nuestra cena de Pascua y que se entregó por nosotros, pero también que él dice: "Yo soy el pan que da vida. El que viene a mí, nunca tendrá hambre; y el que cree en mí, nunca tendrá sed [...] si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo daré es mi carne" (Jn.6:25-59). Siguiendo en ese pasaje, Jesús relaciona el milagro del pan hecho carne con el pan que caía del cielo en el desierto, el maná que alimentó a los judíos al salir de Egipto, con el que "ni le sobró al que había recogido mucho, ni le faltó al que había recogido poco" (Ex.16:11-18). Y esto también lo relaciona al milagro de la encarnación: “Porque el pan de Dios es aquel que descendió del cielo y da vida al mundo” (Jn.6:33). Si creemos que Dios se pudo encarnar en el niño Jesús... ¿por qué no podemos creer que se encarna en su Santa Cena? Así recordamos que para Dios su creación es buena (Gen.1:31), y que por lo mismo también resucitó con su cuerpo (Lc.24:36-43). Lo que Dios nos da en su creación son cosas de valor, así como también valora nuestro cuerpo y todas nuestras particularidades. "Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. Quien come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí, y yo en él"(Jn.6.55-56). Al reconocer a Cristo en el pan y en el vino, al comer de Él, somos parte de una comunión especial con Él. Y para Él nadie es indigno, sino que solo debemos reconocerle (1Cor.11:29). Pablo relaciona reconocerle en el pan no solo con una comunión con Él, sino que especialmente con una comunión con los hermanos. Pablo reprocha a la comunidad de Corinto por hacer distinciones entre ellos, abusando de la Santa Cena: "Porque al comer, cada uno se adelanta a tomar su propia cena; y uno tiene hambre, y otro se embriaga" (1Cor.11:21)... "Así que, hermanos míos, cuando os reunís a comer, esperaos unos a otros" (1Cor.11:33). Así pues, la Santa Cena es también un llamado a examinarnos y a permitir que el Espíritu nos convierta. Siguiendo con el tema de la comunión, Pablo utiliza justamente este sacramento para referirse a la Iglesia como un cuerpo:
"La copa de bendición que bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo? El pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo? Siendo uno solo el pan, nosotros, con ser muchos, somos un cuerpo; pues todos participamos de aquel mismo pan." (1Cor.10:16-17)
Pablo habla a los corintios de la Santa Cena en el capítulo 10 y en 1Cor.11:17-34 como base para hablar de la Iglesia como cuerpo de Cristo, y como cuerpo destacar la diversidad de dones y ministerios (1Cor.12) y entre estos destacar la preeminencia del amor (1Cor.13), exponiendo el mismo tema de forma similar en Rom.12. En estos pasajes se destaca la gran diversidad que tiene la comunidad de creyentes, y como todos han de ser unidos por un mismo Espíritu, por un mismo Señor, quien es el que obra realmente en nosotros. Se insiste en que "de la manera que en un cuerpo tenemos muchos miembros, pero no todos los miembros tienen la misma función, siendo muchos, somos un cuerpo en Cristo, y todos miembros los unos de los otros" (Rom.12:4-5) (Ef.4:25) y así mismo que "el cuerpo no es un solo miembro, sino muchos. Si dijere el pie: Porque no soy mano, no soy del cuerpo, ¿por eso no será del cuerpo? Y si dijere la oreja: Porque no soy ojo, no soy del cuerpo, ¿por eso no será del cuerpo? Si todo el cuerpo fuese ojo, ¿dónde estaría el oído? Si todo fuese oído, ¿dónde estaría el olfato?" (1Cor.12:14-17). Efectivamente, no podemos ser indiferentes ni hacer distinciones entre nosotros, "sino que los miembros todos se preocupen los unos por los otros. De manera que si un miembro padece, todos los miembros se duelen con él, y si un miembro recibe honra, todos los miembros con él se gozan" (1Cor.12:25-26). Así, la solidaridad ha de ser inherente a la Iglesia y así mismo ha de ser transmitido con la Santa Cena, especialmente si vemos la práctica de los primeros cristianos en Hechos 2:42. En el culto de los primeros cristianos, y como parte de la Cena del Señor, tenían una comida comunitaria, fraccionando el pan para que todos sus miembros tuvieran que comer y para que lo hagan en comunión. En aquél entonces, comer con alguien era un gesto de mucha intimidad. Los discípulos de Cristo comían juntos siendo de distintas edades, distintas etnias, distinto sexo, distintas clases económicas y de distinta reputación... cosa que era un gesto muy fuerte para el mundo en que vivían (y que hoy también lo sería, ¿no?). Así replicaban a nuestro maestro, que también compartía la mesa con muchos sin discriminar a los que eran considerados pecadores e impuros por la sociedad, sino que privilegiándolos, tal como se puede apreciar al llamar a Leví (Mateo) (Mt.9:9-13; Mr. 2.13-17; Lc. 5.27-32), al hospedarse donde Zaqueo (Lc.19:1-10), al multiplicar los panes (Mt.14:13-21, 15.32-39; Mr.6:30-44, 8:1-9; Lc.9:10-17; Jn.6:1-15), al comer con los fariseos (Lc.7:36-47, 11:37-54), etc. La mesa compartida es esencial para Cristo, tal como lo hace ver luego de resucitar (Lc.24:13-49).

¿Cómo puede ser, entonces, que la Santa Cena sea para algunos causa de división? Entiéndase que si bien insisto en la presencia real de Cristo a través de su cuerpo y su sangre, me parece irrelevante cómo se entienda esta presencia. Si acaso la presencia es solo simbólica, espiritual o también material, o si ocurre transubstanciación, metamorfosis o consubstanciación... me parece un conflicto metafísico y filosófico sin importancia y sin base bíblica. Pues la Biblia es clara al mostrar la Eucaristía como elemento unificador del cuerpo de Cristo, a través de la cual hacemos referencia a la cena pascual y proclamamos un mismo Evangelio, y a través de la cual sentimos palpablemente la comunión con Cristo y con todos los creyentes en el mundo. Si la hacemos causa de división, es simplemente porque a veces el poder nos hace olvidar que un cuerpo tiene solo una cabeza, y nuestra única cabeza es Jesucristo. Porque Dios "lo dio por cabeza sobre todas las cosas de la Iglesia, la cual es Su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo" (Ef.1:22-23) y "porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad, y vosotros estáis completos en él, que es la cabeza de todo principado y potestad"(Col.2:9-10). Entonces, decir que el pan es verdadero cuerpo de Cristo, solo tiene sentido sacramental si hace visible al sacramento por excelencia: La Iglesia como Cuerpo de Cristo. Pues así como en Cristo habita corporalmente la plenitud de la Deidad, la Iglesia es plenitud de Cristo por su gracia. Como ya hemos dicho, en la experiencia comunitaria centrada en la Palabra de Dios y en la confesión de la Buena Nueva, Cristo se hace palpable y especialmente presente (Mt.18:20). Así pues, tengamos claro que si la cabeza es una sola, el cuerpo también es uno solo (Ef.2:16,4:1-16; Col1:18,24;2:19;3:15; Ef.3:6). He aquí lo fuerte que es el reproche de Pablo a los partidistas, al decirles: "¿Acaso está dividido Cristo?" (1Cor.1:10-17).

Así pues, Cristo se identifica con nosotros, haciéndose débil como nosotros y muriendo por nosotros, y nosotros hemos de identificarnos con Él en nuestra debilidad y entrega mutua, cumpliendo en nuestra "carne lo que falta de las aflicciones de Cristo por su cuerpo, que es la Iglesia" (Col.1:24). Al recordar su entrega recordemos también que, así como el Padre lo envió a Él, Cristo nos envía a nosotros, sabiendo que como cuerpo de Cristo hemos de entregarnos por el mundo entero. "Hagan esto en memoria de mi".

¡Ven, Señor Jesús, en tu Santa Cena, para que podamos celebrar nuestra Pascua! ¡Ven, Señor Jesús, para que podamos celebrar y agradecerte por la liberación que nos regalas, reconociendo que estamos esclavizados por el pecado! ¡Ven, Señor Jesús, para que podamos proclamar tu cruz y resurrección, tu Buena Nueva! ¡Ven, Señor Jesús, para que podamos recibir tu fuerza, que nos ayuda a esperarte en tu segunda venida, en la que comeremos junto a ti el gran banquete de tu reino celestial! ¡Ven, Señor Jesús, y restaura a tu pueblo y a toda tu creación!  ¡Ven, Señor Jesús, para que sintamos hoy tu presencia en la tierra y la comunión que nos regalas contigo y con el otro! ¡Ven, Señor Jesús, para que nos conviertas en miembros de tu cuerpo y nos sintamos enviados por la misión que nos das! ¡Ven, Señor Jesús, para que veamos que efectivamente somos sacramento tuyo, comunidad de creyentes en la que te haces palpable, que somos tu cuerpo, santificados en tu sangre! ¡Partámonos y entreguémonos los unos por los otros y por el mundo entero! Amén.

lunes, 14 de julio de 2014

10° La Iglesia y la Pascua


Esta y la siguiente entrada son las centrales de esta serie en torno a La Iglesia. En ésta me expresaré sobre la fiesta central de la Iglesia, que es la Pascua. ¡De ninguna forma me refiero a la Navidad (no entiendo de dónde en Chile se le suele decir pascua a la navidad), sino que hablo de la Pascua de Resurrección! En el calendario litúrgico tradicional se le da un espacio a este tema en la Semana Santa, luego del tiempo de Cuaresma. Sin embargo, más que en la Semana Santa, la celebración de la Pascua toma mayor propiedad en la Cena del Señor, Santa Cena o Eucaristía. Como he enfatizado, es la Biblia la fuente y norma de la vida eclesial, por lo que no le doy mayor importancia a cosas agregadas posteriormente a la tradición cristiana, como el calendario litúrgico, los huevos o conejos. Aquí quiero, de forma resumida, abarcar la Pascua a partir de la fiesta judía y luego en relación a la Santa Cena. También seguiré tratando la Cena en la entrada siguiente.

La palabra Pascua quiere decir "pasar por alto", "pasar de largo", "perdonar". La palabra Pascua en español, proviene del latín pascŭa, que a su vez proviene del griego πάσχα (pasja), originalmente del hebreo: Pesaj פֶּסַח. En la entrada 5° ya hice una mención a la Pascua, como la liberación del pueblo de Israel de la esclavitud en Egipto (Éxodo 12-14). En la noche de Pascua, antes que Israel saliera junto a Moisés por el Mar Rojo, la muerte tocaría a todos los primogénitos de Egipto. Para librarse de esta muerte, cada casa judía debía celebrar su cena de Pascua, con verduras amargas, panes sin levadura y sacrificando un cordero, cuya sangre había que poner en el marco de la puerta. "Y la sangre os será por señal en las casas donde vosotros estéis; y veré la sangre y pasaré de vosotros, y no habrá en vosotros plaga de mortandad cuando hiera la tierra de Egipto" (Ex.12:13).

La Pascua debe ser confesada y transmitida, y así nos conectamos para siempre con los eventos del éxodo. Al rememorar la Pascua, revivimos el pasado y nos sentimos como si cada uno de nosotros hubiera salido de Egipto, de la esclavitud a la libertad. Recordar el éxodo es pilar de la religiosidad judía, y se establece la fiesta de Pascua como una fiesta anual (Ex.13:1-16, 34:18-26, 23:14-19; Dt.16:1-17). Cuando partimos la palabra Pesaj en dos obtenemos la frase Pe – Saj. Pe significa boca y Saj significa dice. En otras palabras, "una boca que dice". En Éx. 13:8 Dios ordenó a los hijos de Israel: "Y lo contarás en aquel día a tu hijo, diciendo: Se hace esto con motivo de lo que El Señor hizo conmigo cuando me sacó de Egipto". Por todo esto, no es coincidencia que la cruz de Jesucristo se sitúe justamente en el marco de la Pascua.

La misma noche en que Cristo es entregado, celebra la cena de Pascua junto a sus discípulos y tiene con ellos su Última Cena (Mt.26:17-29; Mr.14:12-25; Lc.22:7-38). Aunque según Juan (Jn.13-17), la Última Cena es "antes de la fiesta de la pascua" (v.13:1), lo que diría es un arreglo narrativo para señalar que la fiesta de Pascua para nosotros sería la misma cruz de Cristo. Ya habíamos dicho que Cristo es nuestra Pascua (1Cor.5:7-8, Jn.1:29,36; Heb.9:12,10:12; Ap.7:14), Él es el cordero cuya sangre es señal para el Padre, que nos perdonará y hará pasar la muerte de nosotros, que nos hará pasar de la muerte a la vida. A través de su cruz y resurrección, a través de la fe en aquella entrega que encarna el amor de Dios, recibimos el Espíritu que nos da la vida y el ser hijos de Dios, liberados de la esclavitud. En la Última Cena, al instaurar la Cena del Señor, Cristo relaciona su propia muerte con la del cordero pascual. "Esto es mi cuerpo, que por vosotros es dado... Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre, que por vosotros se derrama..." (Lc.22:19,18), hemos de tener claro que somos nosotros culpables de su muerte, y aún así muere a nuestro favor. Cristo instaura esta Cena en memoria de él y con el mismo sentido que la Pascua. Hemos de rememorarle con esta cena que expresa integralmente su Buena Nueva. Cada vez que comemos de su cuerpo y bebemos de su copa anunciamos su muerte, reconociendo nuestro pecado y la resurrección de Cristo, hasta que Él vuelva (1Co.11.23-26). Vivimos de la esperanza en el Reino de los Cielos, y que en él podremos gozar plenamente del banquete que nuestro Padre nos tiene, y a esto lo llamamos la segunda venida de Cristo, en la que juzgará los reinos de este mundo e instaurará el Reino de Dios. Así, la Cena del Señor también hace referencia a aquél banquete celestial (Mt.26:29; Mr.14:25; Lc.22:16,18) (Is.25:6-9), al que invita especialmente a todos los oprimidos por el poder de este mundo (Lc.14:7-24) y a todos los pecadores que tenemos hambre y sed de Él (Jn.7:37). Así como Él dio gracias (Lc.22:17,19), esta Cena también la hacemos como una acción de gracias al Señor, pues la liberación y banquete es una obra realizada completamente por Él y nosotros la hemos de aceptar con las manos vacías. En este sentido, el ver la Santa Cena como un sacrificio ofrecido por nosotros es contraproducente, pues el único sacrificio fue hecho por Cristo de una vez por todas en la cruz y no podemos sugerir siquiera que hemos de repetir tal asesinato, menos como una ofrenda u obra de nuestra parte.

Al decir "hagan esto en memoria de mi", no se refiere solo al ritual, sino que también nos entreguemos al mundo como Él se entregó, y así lo podremos recordar con nuestra propia experiencia de ser Iglesia enviada al otro. La entrega de Cristo, su muerte y resurrección, son la pasión de Cristo. Como tal, son la llama de nuestra fe y en torno a lo cual hemos de girar como Iglesia (Mt.27:45-28:10; Mr.15-16:8; Lc.23-24:12; Jn.19-20:10). La pasión de Cristo es el corazón de nuestro Evangelio y en ella lo vemos claramente encarnado como Palabra de Dios, como Hijo de Dios y como Salvador nuestro. Y así, viendo la Santa Cena como anuncio de tal pasión y como Palabra palpable, es la celebración central de la comunidad de creyentes. Una Iglesia centrada en la Cena del Señor, rescatando la riqueza de su significado, es una Iglesia centrada en el Evangelio.


¡Señor nuestro, ayúdanos a ver la Pascua como el centro de nuestro existir! ¡Ayúdanos a verte como un Padre que socorre y libera al oprimido, al esclavizado! ¡Que acudamos con urgencia a tu Cordero, para que nos marque con su sangre, con su Espíritu, y que como los panes de Pascua no traigamos con nosotros la levadura del mal! ¡Que recordemos y anunciemos tu entrega, y que con tu Santa Cena podamos gozar ya de aquél banquete que tendremos juntos en tu Reino! ¡Que junto a tu Santa Cena escuchemos también tu mandamiento nuevo, tu envío, y tu llamado a seguirte y a vivir confiados en tu amor y resurrección! Amén.

sábado, 5 de julio de 2014

9° La Iglesia: ministros y embajadores de Cristo



En esta entrada seguimos profundizando en el tema de la entrada anterior, en la que hablamos de la Iglesia como comisión de Cristo, personas elegidas por Él para llevar a cabo una tarea: la gran comisión o misión evangélica. Enviados para proclamarle y para vivir integralmente el seguimiento de Jesucristo. Vida que busca aprender de Jesús, servirle e imitarle, forma en la que vivimos junto a su presencia y le hacemos visible acá en la tierra. Mencionaba como toda y cada una de nuestras actividades, tanto religiosas como civiles, deben ser expresión de nuestro discipulado y del amor de Dios.

La proclamación del Evangelio, por el cual recibimos el Espíritu Santo y volvemos a Dios, también es llamado por Pablo como el ministerio de la reconciliación:
Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación. Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios. Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él.
(2Cor.5:11-16)
Así como un presidente tiene embajadores que hablan en su nombre, o elige ministros para que lleven a cabo tareas como parte del poder ejecutivo de un Estado, así la Iglesia es escogida de entre la humanidad para vivir y esparcir el Evangelio de Jesucristo, para ser parte del ministerio de la reconciliación. E insisto, con "Iglesia" me refiero a la comunidad que confiesa a Jesucristo, a todos los que han sido tocados por la Buena Nueva y el Espíritu de Cristo. No estoy diciendo que todos los cristianos deban ser pastores o curas. Efectivamente, hay diversidad de ministerios y dones (Ef.4:11-12; 1Cor.12:4-11; Fil.1:1). En la iglesia debemos ordenar personas en estos distintos ministerios, reconocer a aquellos que se han preparado y han sido llamados a una tarea en particular dentro de la Iglesia, debemos tener cierta organización. Pero no para que estas personas se apropien del ministerio, pues su tarea es "perfeccionar a los santos para la obra del ministerio" (Ef.4:12). Todos los creyentes, que tenemos al Espíritu Santo en nuestro corazón, somos responsables del ministerio de la Iglesia. Nadie, sea alguien ordenado en un ministerio o sea un laico, debe ponerse entre el creyente y Cristo, ni ningún laico debe poner en los ministros ordenados la completa responsabilidad del ministerio. Estos ministros deben guiar y apoyar a la Iglesia para que ésta, como comunidad de creyentes, lleve a cabo el ministerio en conjunto.

Muy relevante, tanto en ésta como en la entrada anterior, es que la tarea o envío proviene de una "llamada". Es Cristo el que nos llama a seguirle, a ser parte de la misión evangélica, del ministerio de la reconciliación, y dentro de éste a llevar a cabo una tarea en particular (2 Cor.3:5; Ef.3:7; Rom.1:1,5-6; 1 Cor.1:1,9,26; Hch.6:1-7). La palabra "llamada" y "vocación" son usadas de forma similar, y al revisar distintas traducciones parecen ser intercambiables. El ser parte de la Iglesia es una vocación, y como hijos de Dios, nuestro Padre nos puede llamar a una tarea dentro de la organización eclesial como fuera de ella. Nuestra vocación puede ser completamente cívica o mundana, pero en cada aspecto de nuestras vidas servimos al Señor y debemos ser reflejo de su amor, de aquella reconciliación que tenemos con Él y que ofrece a todas las personas. Repitiéndome, podemos tener una vocación específica, pero también somos responsables del ministerio en todas sus dimensiones, por lo que debemos apoyar a una comunidad, buscando en ella diversidad de dones y en la que también debemos vivir concretamente esa reconciliación basada en el Evangelio que estamos llamados a proclamar. Si debemos rogarle al mundo que se reconcilie con su Padre celestial, y no estamos reconciliados y unidos nosotros mismos como hermanos... ¿qué fuerza tendrá nuestro ruego? ¿qué credibilidad tendrá nuestra predicación?

¡Señor! ¡Ayúdanos a hacernos cargo de la tarea que nos has dado! ¡No dejes que nos quedemos sin escuchar a tu llamada! ¡Ayúdanos a ser reflejo tuyo y presencia tuya, a llevar a cabo el ministerio que dejaste a tu Iglesia y la vocación que diste a cada uno! ¡Encarna en nosotros tu mensaje de reconciliación y sustenta con tu poder el testimonio de tu pueblo! Amén.