martes, 30 de diciembre de 2014

Navidad 2014

Hola.

En relación al tiempo de Navidad, quiero compartir el bello pasaje del Evangelio según Lucas, en que Jesús es presentado en el templo y a su encuentro salen los profetas Simeón y Ana.

Junto al pasaje, también les dejó una canción de Taizé basada en las palabras de Simeón.
Bendiciones.



Lucas 2:21-38Reina-Valera 1960 (RVR1960) 

21 Cumplidos los ocho días para circuncidar al niño, le pusieron por nombre JESÚS, el cual le había sido puesto por el ángel antes que fuese concebido.
22 Y cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos, conforme a la ley de Moisés, le trajeron a Jerusalén para presentarle al Señor
23 (como está escrito en la ley del Señor: Todo varón que abriere la matriz será llamado santo al Señor ,
24 y para ofrecer conforme a lo que se dice en la ley del Señor: Un par de tórtolas, o dos palominos.
25 Y he aquí había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, y este hombre, justo y piadoso, esperaba la consolación de Israel; y el Espíritu Santo estaba sobre él.
26 Y le había sido revelado por el Espíritu Santo, que no vería la muerte antes que viese al Ungido del Señor.
27 Y movido por el Espíritu, vino al templo. Y cuando los padres del niño Jesús lo trajeron al templo, para hacer por él conforme al rito de la ley,
28 él le tomó en sus brazos, y bendijo a Dios, diciendo:
29 Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz,
Conforme a tu palabra;
30 Porque han visto mis ojos tu salvación,
31 La cual has preparado en presencia de todos los pueblos;
32 Luz para revelación a los gentiles,
Y gloria de tu pueblo Israel. m
33 Y José y su madre estaban maravillados de todo lo que se decía de él.
34 Y los bendijo Simeón, y dijo a su madre María: He aquí, éste está puesto para caída y para levantamiento de muchos en Israel, y para señal que será contradicha
35 (y una espada traspasará tu misma alma), para que sean revelados los pensamientos de muchos corazones.
36 Estaba también allí Ana, profetisa, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad muy avanzada, pues había vivido con su marido siete años desde su virginidad,
37 y era viuda hacía ochenta y cuatro años; y no se apartaba del templo, sirviendo de noche y de día con ayunos y oraciones.
38 Esta, presentándose en la misma hora, daba gracias a Dios, y hablaba del niño a todos los que esperaban la redención en Jerusalén.

lunes, 29 de diciembre de 2014

19° La Iglesia: cónyuge del Señor


Esta ilustración, al igual que la anterior, es muy apasionada y potente. Pero también es muy compleja y ha de ser tratada de forma cuidadosa, pues el matrimonio se ha entendido de formas muy distintas en las distintas culturas y a través del tiempo. No es de extrañarse que el contexto bíblico siempre fue uno patriarcal, en que la mujer era posesión del hombre. En el Antiguo Testamento se practicaba la poligamia, y luego en el Nuevo Testamento la monogamia, empezando a adoptarse ciertas estructuras jerárquicas de la casa grecorromana (oikos). Se ha de leer tales pasajes entendiendo que tales eran los contextos, y así rescatar mejor el significado que tienen[1].

La imagen de la Iglesia como esposa del Señor se basa principalmente en las profecías de Oseas, Isaías, Ezequiel y Jeremías (Os.1-3; Jer.2-3; 11:15; 12:7-9, 33:11; Ez.16,23; Is.54-62) y en la de Apocalipsis (Ap.12;17-22). Se habla de la esposa haciendo referencia al pueblo de Dios en su conjunto, identificándolo muchas veces con sus ciudades. Dios la hizo suya al recogerla desamparada y dándole su alianza, pero ella le fue infiel con los ídolos y cayó en completa corrupción, fornicación, prostitución y adulterio al faltar a los mandamientos y caminos del Señor. Jesús y sus apóstoles igual usan estas palabras con tal sentido (Mt. 2:39; Mc.8:38, Stgo.4:4; Ap.2:22). Pero, pese a la la infidelidad del pueblo, el amor de Dios sigue vigente, llamándolo a la conversión y reconciliándose apasionadamente. Tal reconciliación implicará un estado eterno de justicia, paz, misericordia, abundancia, luz y alegría como la de los recién casados, la alegría de una fiesta de bodas. Jesús también relaciona tal alegría con el reino de los cielos (Mt.22:1-14; 25:1-13; Jn.2:1-10), teniendo que ser pacientes y diligentes hasta su plena instauración. Al final del Apocalipsis vemos como es destronada la Gran Ramera o la Bestia, para que se presente con gloria la Esposa del Cordero, que es la Iglesia, pero también es imagen del Reino de Dios, la Nueva Jerusalén que desciende (Ap.21:9-10). Tal es el amor de Dios por su pueblo, que estos pasajes se suelen relacionar con el poema erótico de Salomón, el Cantar de los Cantares.

Pablo, al explicar a los gálatas que la salvación en Cristo es por su promesa y por su pura gracia, mediante la fe y no por cumplimiento de la ley, presenta la alegoría de Sara y Agar citando también a Isaías (Gal.4:21-31). Agar, esclava de Abraham, simboliza el pacto de la ley y la Jerusalén de este mundo. Sara, la esposa libre de Abraham, dio a luz por la promesa y representa el Nuevo Pacto y la "Jerusalén de arriba". A los romanos también les presenta la alegoría del matrimonio para decir que estamos muertos al pacto de la ley, para que nos casemos con Jesucristro conforme al pacto de la promesa, y Él nos libera, nos santifica y nos presenta a sí mismo sin mancha (Rom.7:1-6; 2Cor.11.2; Col.1:22; Ef.1:4). Cristo nos ha comprado para que seamos su cónyuge, o su siervo, y no lo ha hecho por bajo precio, sino que dio su vida. Con esto nos ha librado de la esclavitud que teníamos ante la ley y la muerte, por lo que hemos de vivir correspondiendo a su entrega. ¡Dejémonos conquistar por su inmesurable muestra de amor!

Antes de seguir con el aporte de Pablo, que responde a un contexto cultural distinto al de los profetas mencionados anteriormente, me parece relevante preguntarnos por la esencia del matrimonio. Ante los cambios a través de la historia... ¿qué es lo trascendente? Aquí he de destacar lo que dice Jesucristo, aludiendo a Gen.2:18-24:
"al principio de la creación, varón y hembra los hizo Dios. Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne; así que no son ya más dos, sino uno. Por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre" (Mt.19:1-12;5:31-32; Mr.10:1-12; Lc.16:18).
El matrimonio no se basa en la posesión de uno sobre el otro, sino que en la unión plena de dos personas. Cristo dignifica a la mujer criticando en aquel tiempo el divorcio, con el que desechaban, sin mayor razón, a la mujer como a un objeto. También destaco que Cristo tuvo tanto discípulos como discípulas (Lc.8:1-3, 23:55-24:1; Mt.27:55-56; Mc.15:40-41; Jn.19:25), y entre estas últimas estuvieron las privilegiadas que le anunciaron por primera vez (Mt.28:8-10; Mc.16:1-11; Lc.24:5-10; Jn.20:11-18, 4:25-42).

El matrimonio que propone Cristo se complementa bellamente con las palabras de Rut: “Donde tu vallas, yo iré” (Rut 1:16-17); con las de Salomón: "Cordón de tres dobleces no se rompe pronto" (Ec.4:9-12); y con las de Pablo: "La mujer no tiene potestad sobre su propio cuerpo, sino el marido; ni tampoco tiene el marido potestad sobre su propio cuerpo, sino la mujer" (1Cor.7:4). Es considerando este espíritu de unión y reciprocidad, que me atrevo a presentarles las siguientes palabras de Pablo:
Someteos unos a otros en el temor de Dios. Las casadas estén sujetas a sus propios maridos, como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia, la cual es su cuerpo, y él es su Salvador. Así que, como la iglesia está sujeta a Cristo, así también las casadas lo estén a sus maridos en todo. Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha. Así también los maridos deben amar a sus mujeres como a sus mismos cuerpos. El que ama a su mujer, a sí mismo se ama. Porque nadie aborreció jamás a su propia carne, sino que la sustenta y la cuida, como también Cristo a la iglesia, porque somos miembros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos. Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne. Grande es este misterio; mas yo digo esto respecto de Cristo y de la iglesia. Por lo demás, cada uno de vosotros ame también a su mujer como a sí mismo; y la mujer respete a su marido. (Ef.5:21-33)
Antes de profundizar en el sublime sentido de estas palabras, he de trabajar aquello que hace ruido. Estas palabras han sido utilizadas por siglos para perpetuar el patriarcado, especialmente si se unen a otro pasajes paulinos en que se recurre a Gen.2 para naturalizar una relación jerárquica entre el hombre y la mujer (1Cor.11:1-16, 14:34-35; 1Tim.2:9-15). En estos se llega a decir que las "mujeres callen en las congregaciones; porque no les es permitido hablar", así como que "aprenda en silencio, con toda sujeción, porque no permito a la mujer enseñar ni ejercer dominio sobre el hombre, sino estar en silencio" e incluso que "Adán no fue engañado, sino que la mujer, siendo engañada, incurrió en transgresión, pero se salvará engendrando hijos". Digo con fuerza que es de gran irresponsabilidad e ignorancia usar estos pasajes fuera de su contexto, interpretándolos de forma literal y machista. No se puede someter el mensaje del Evangelio a este par de versículos, especialmente si en la misma carta en que se dice que callen, también se les reconoce para la oración y la profecía (1Cor.11:2-16), lo que implica hablar a los hombres para edificación, exhortación y consolación (1Cor.14:3); y el mismo autor[2] que dice que se salvarán engendrando hijos, también les da la potestad de elegir su propio estado civil, aconsejando la soltería y la vocación religiosa (1Cor.7). Ante todo, Pablo es un apóstol que reconoce y valora enormemente el aporte de sus colegas mujeres (Rom.16; Fil.4.2-3; Hch.18.1-3,25-26), entre las que habían ministras y misioneras iguales a él. Es más, al hablar de la Iglesia como cuerpo de Cristo (11º entrada), Pablo llama a que todos aporten con los dones que Dios le ha dado y que nadie ha de ocultarlos, pues es Dios quien actúa a través de ellos (1Cor.12; Rom.12). La Iglesia del primer siglo fue, sin lugar a dudas, un espacio que le otorgó a las mujeres mayor derecho y liderazgo, por lo que habrá ganado grandes conflictos internos y con el resto de la sociedad. Ante esto, los apóstoles habrán considerado prudente mantenerse dentro de la lógica patriarcal de la época, enseñando sumisión de parte de la mujer juntamente a la sumisión de los hijos y de los esclavos (Col 3:18-4:5; Tito 2; Ef.5:33-6:9; 1Cor.7), dependiendo todos del señor de la casa, quien los sustentaba. Hoy, ante una sociedad que quiere cambiar, y considerando que la Iglesia ya exigió de forma unánime la abolición de la esclavitud, ¿no debemos exigir también la abolición del patriarcado? ¿Qué otra cosa hemos de hacer, si confesamos que en el bautismo "ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús" (Gal.3.27-28), y que tanto hombre como mujer fueron creados a imagen y semejanza de Dios (Gen.1:26-27)? Aún bajo su piel patriarcal, aquellos pasajes polémicos de Pablo fueron tremendamente liberadores para la época y deben seguir siéndolo, pues en los mismos va insistiendo que "en el Señor, ni el varón es sin la mujer, ni la mujer sin el varón" (1Cor.11:11) y que el señor de la casa ha de cuidar humildemente a sus subordinados con temor a Dios, que no hace acepción de personas (Col 3:25; Ef.6:9). La ilustración de Ef.5:21-33, que he puesto como central en esta entrada, aparece encabezada con la frase que ha de regir todo lo que sigue: "Someteos unos a otros". La sumisión no debe venir de solo una parte, pues si alguien tiene mayor autoridad debe entregarse a sí mismo para potenciar a la otra parte, identificándose plenamente con ella y promocionándola en todo. Tal sentido se complementa perfectamente con lo tratado en la entrada anterior, en que imitar a Cristo implica necesariamente hacerse el menor y servir al otro. Pedro presenta igual el respeto y cuidado mutuo en el matrimonio como cuestión que refleja el Evangelio sin necesidad de palabras, y algo de lo que depende nuestra buena relación con Dios (1Pe.3:1-7).

Con todo, Ef.5:21-33 potencia con aún más pasión la imagen presentada por los profetas. No se trata solo de nuestra liberación, el pacto de la promesa, la fidelidad de Dios, nuestro apasionado reencuentro, el sustento, la santificación y la fiesta eterna, sino que de entrega mutua y de que "somos miembros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos". De ahora en adelante, la Pascua que celebramos en la Santa Cena y la concepción de la Iglesia como Cuerpo de Cristo, están inseparablemente unidas a la concepción de la Iglesia como cónyuge del Señor (cosa señalada igual en Jn.19:31-37[3]). Ahora vemos con mayor fuerza que nuestra vida no tiene sentido sin el Señor y que ésta ha de ser un proyecto común con todos los que son parte de su cuerpo místico. Hemos de entregar nuestra vida al Señor en todas sus dimensiones, en espíritu y cuerpo (1Cor.6:12-20), y hemos de servir al otro como a nuestro propio cuerpo, o aún más, como al mismo Señor, nuestra cabeza. Con todo esto, ya no le llamaremos más Mi Señor, sino que Mi Marido (Os.2:16), sabiendo también que Cristo no trataba a sus discípulos como siervos, sino que como amigos (Jn.15:15).

Oh, Señor, líbranos de usar estas preciosas imágenes para sustentar eclesiologías y mariologías patriarcales y castrantes. Déjanos moldear por tu palabra e impide que te utilicemos para imponer nuestra moral. Queremos serte fiel en este proyecto común y revestirnos de ti, ahora y por toda la eternidad, sabiendo que las muchas aguas no podrán apagar nuestro amor, ni lo ahogarán los ríos (Cantares 8:7). Amén.


[1] Sin poder profundizar mucho en el tema de género, recomiendo aprender del trabajo de Irene Foulkes. Lean "Pablo: ¿un militante misógino? Teoría de Género y Relectura Bíblica" y "CONFLICTOS EN CORINTO. LAS MUJERES EN UNA IGLESIA PRIMITIVA".Agradezco a mi hermano Josaphat Jarpa, que me facilitó tal material.
[2] Son muchos los que sostienen, a partir del método histórico crítico y de mano de la teología liberal, que varias de las cartas consideradas tradicionalmente paulinas no son realmente de Pablo, sino que de autores posteriores que le atribuyeron sus escritos al apóstol. Pero yo me opongo, pues es una teoría científica que todavía no se comprueba, pero sobre todo porque no he de quitarle autoridad a las Sagradas Escrituras.
[3] Jn.19:31-37. Al no quebrarse los huesos de Cristo se apunta a que Él es nuestro Cordero de Pascua (Ex.12:46; Nm.9:12; Sal 34:20) y así como Eva nace del costado de Adán (Gen.2:21-22), del costado de Cristo traspasado por la lanza nace la Iglesia. Esto es, del bautismo de agua y sangre, que es el Espíritu de gracia y súplica (Zac.12:10; Ap.1:7). Gen.2:21-22, más que una cuestión jerárquica entre hombre y mujer, debemos verlo como profecía cumplida en Jn.19:31-37.

lunes, 15 de diciembre de 2014

18° La Iglesia: huestes de la fe


Siempre tuve repulsión a la idea de ese Dios guerrero y a identificarse con la guerra o con un ejército. Sin embargo, es una imagen muy utilizada, especialmente entre los pentecostales y carismáticos. De todas formas, la imagen de la guerra abunda en la Biblia y no podemos ignorarla. Como veremos, es una imagen muy potente y apasionada de la Biblia, especialmente para aquellos que sufren.

En el Antiguo Testamento se nombra (Versión Reina Valera 1960) 273 veces a "Jehová de los ejércitos" o "Dios de los ejércitos" y en el Nuevo Testamento aparece 2 veces como "Señor de los ejércitos". En su idioma original es "YHVH-Sebaot". "Sebaot" significa literalmente "huestes", refiriéndose especialmente a batallas o servicio. Jehová de Sebaot es el nombre del Señor en su manifestación de poder, como Rey (Sal.24:10) y Señor de la gloria (1Cor.2.8). Eso si, es interesante que el invocar a Dios de esta forma no es propio de los pasajes bélicos como del Pentateuco, ni de Josué ni de Jueces (aunque son pasajes que igual construyen el concepto que se tiene de la Iglesia como ejército). Tal forma de invocar al Señor es usado especialmente por el profeta Jeremías, pero también por profetas como Hageo, Zacarías y Malaquías. Es el título distintivo de Dios en relación con la ayuda y consolación que Él nos da en tiempos de división y fracaso (1Re.18:15, 19:14; Is.1:9, 8:11-14, 9:13-19, 10:24-27, 31:4-5; Hag.2:4; Mal.3:16-17; Stgo 5:4). El salmista invoca a "Jehová de los ejércitos" como protector y pacificador, pues es nuestro escudo (Sal.84) y "hace cesar las guerras hasta los fines de la tierra[...] quiebra el arco, corta la lanza y quema los carros en el fuego" (Sal.46; Os.2:18). Para mí, hablar de "Jehová de los ejércitos" es hablar de aquél Señor misericordioso que nos protege y está por encima de los poderes y los males de este mundo, sabiendo que mi Dios puede contra todos los ejércitos de este mundo y les pondrá fin con certeza. Como dice en Isaías 2:4: "Y juzgará entre las naciones, y reprenderá a muchos pueblos; y volverán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra."

Respecto a entender al pueblo de la fe como un ejército, he de destacar que tampoco se usa en los pasajes bélicos, donde la palabra ejército se usa más bien en su concepto práctico (sin dejar de ser una cuestión bastante simbólica). La única parte del Antiguo Testamento en que se habla del pueblo de Dios, en su conjunto, como ejército o huestes es en Éxodo 6:26; 7:4, 12:17,41,51, en relación a la liberación de la esclavitud. En el Nuevo Testamento no se habla literalmente del "ejército de la fe" o de "huestes de la fe", pero la alusión al conflicto y la lucha es recurrente (lo que también se relaciona al deporte (1Cor.9:24-25; 2Tim.2:5,4:7; Fil.3:14)), y también se presenta la imagen de que los creyentes somos soldados de Cristo. Veamos la siguiente ilustración:
Por lo demás, hermanos míos, fortaleceos en el Señor, y en el poder de su fuerza. Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo. Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes. Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes. Estad, pues, firmes, ceñidos vuestros lomos con la verdad, y vestidos con la coraza de justicia, y calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz. Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno. Y tomad el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios; orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos; y por mí, a fin de que al abrir mi boca me sea dada palabra para dar a conocer con denuedo el misterio del evangelio, por el cual soy embajador en cadenas; que con denuedo hable de él, como debo hablar.(Ef.6:10-20; 2Cor.10:3-5; 1Tes.5:8; Is.59:17)
La idea del Diablo, entendámoslo como un ser en sí mismo o solo como símbolo de la muerte y de nuestro pecado, sirve para entender que nuestro enemigo no son los otros. Nuestro enemigo es el Maligno, nuestro pecado, la incredulidad, la opresión y la injusticia. Ante tales cosas hemos de acudir a la defensa divina, estando firmes en la misión evangélica que da sentido a nuestra vida, esperando que la gracia de Dios enrole cada vez a más soldados. Con su ayuda hemos de proseguir adelante con la proclamación del Evangelio de paz y respondiendo (si es necesario) con el poder del Espíritu Santo, que se manifiesta especialmente con la Palabra de Dios. Nuestra lucha es completamente pacífica, pues no tenemos otra arma que la Palabra de Dios. "No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos" (Zac.4:6). Hemos de responder humildemente enseñando la verdad del Evangelio, con palabras y con entrega mutua, y la Palabra de Dios nos llevará también a la oración, con la que recurrimos a nuestro Rey y con la que nos apoyamos mutuamente, permitiendo que el Espíritu nos una para ir firmes y adelante como un solo equipo, combatiendo unánimes por la fe del Evangelio (Fil.1:27; 1Cor.14:8).

Hemos de recurrir siempre a la oración y a Dios, pues no podemos confiar en nosotros mismos, que constantemente caemos en las diabólicas lógicas de poder de este mundo. Hemos de cuidarnos de nosotros mismos, que no nos aferremos a las seguridades y poderes terrenales, sino que como militantes del Reino nos alejemos de tales cosas (1Tim.6:10-12; 2Tim.2:3-4). En el encuentro de Jesús con el Diablo en el desierto, se puede identificar cómo Cristo condena la tentación del poder económico, del poder religioso y del poder político-militar (Mt.4:1-11; Mr.1.12-13; Lc.4.1-13; Jn.2:18,6:15,26,31). Esto mismo hace sintonía con la imagen apocalíptica de la Bestia y la Gran Ramera de Daniel 7 y Apocalipsis 17. Sin entrar en mayor interpretación, esta Bestia tiene poder sobre los reinos de este mundo, se adorna con metales preciosos, persigue a los santos de Dios y destroza el mundo. El poder de este mundo es lo que caracteriza al mal. Vivimos bajo un orden social lleno de violencia, sometidos a los poderosos y maleantes de hoy o a nuestro propio pecado. Sin embargo, confiamos en que Dios mismo juzgará y acabará con el orden actual, para que empiece el gobierno pleno de Dios en la tierra: el Reino de Dios en la segunda venida de Cristo (Dn.7:13-14, 25-27; Ap.17:14-18; Is.11; Hch.1:9-11; Mt.24:29-51, 26:64; Mr. 13.24-37; Lc.21:25-36; 2Tes.2:3-11).

Por todo esto, hemos de ser como extranjeros en este mundo, como peregrinos que se abstienen de lo mundano que batalla contra el alma (1Pe.2:11; Heb.11:13; 13:14; Stgo.4:1). Existe aquella dicotomía entre el Reino de Dios y el reino del mundo. Entonces... ¿Cómo actuar ante las autoridades civiles, los poderosos y los que gobiernan este mundo? Es muy citado cuando Pablo dice "sométase toda persona a las autoridades superiores" (Rom.13), pero lejos de interpretarlo desde la perspectiva autoritaria, me siento interpelado por la interpretación de Dietrich Bonhoeffer[1]:
El cristiano no debe aspirar a situarse en el mismo plano de los que tienen el poder; su vocación es la de permanecer abajo. Las autoridades están arriba, mientras él se encuentra abajo. El mundo reina, el cristiano sirve; así está en comunión con su Señor, que se hizo esclavo.
Recordemos que Pablo sabía bien qué era ser perseguido por la autoridad (Hch.9:23-30; 13:49-52; 14:1-6, 19-20; 16:16-37; 17:1-14; 18:1-6; 19:21-39; 21:1-23; 22:30-23:11; 25:1-12; 25:23-26:32) y recordemos que "es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres" (Hch.4:19, 5:29). Si leemos con cuidado el pasaje de Rom.13, notaremos que su fin no es justificar a los poderosos, sino que insistir en que Cristo es el único Señor del ser humano y que no hemos de adjudicarnos señorío enfrentándonos a la autoridad, sino que hemos de vestir las armas de la luz (v.12), que es el amor al prójimo, el cumplimiento de la ley del Reino. Ley con la que nos gozamos en la persecusión (Mt.5:1-11) y con la que damos la otra mejilla (Mt.5:38-42). Insisto en que el enemigo no es el otro, sino que hemos de cuidarnos nosotros de no caer en las lógicas del Maligno. Ante la dureza de las autoridades, hemos de saber que nosotros debemos ser distintos (Mc.10:42-45) y hemos de orar por ellas (Mt.5:44; 1Tim.2:1-2), pidiendo a Dios que las utilice para hacer su voluntad. Con todo, una comunidad o sociedad siempre necesitará gente que la dirija o tener ciertos roles de autoridad o responsabilidad. No existe responsabilidad sin autoridad. Toda comunidad necesita cierto orden para que podamos luchar juntos, avanzar juntos. Así mismo, todos tenemos autoridad sobre otros en algún momento de nuestra vida, sea en menor o mayor grado. Rom.13 apunta a que tal autoridad no es propia, sino que se la debemos a Dios y debemos usarla en pos del bien común, sirviendo siempre al Señor y al prójimo.

Me encantaría profundizar también respecto a la riqueza y la pobreza, sabiendo que el ser soldados de Cristo es militar por la austeridad y por los pobres (1Tim.6:3-19, 2Tim.2:1-13; 1Cor.9:7; Heb.10:32-34; 1Jn.2:14-17), y que no podemos servirle a dos señores (Mt.6:24; Lc.16:13). Sin embargo, es un tema amplio y que se escapa de esta serie de entradas.

El tema del poder y la autoridad es complejo, sabiendo que el concepto de la Iglesia como ejército puede llevarnos tanto al rechazo de la autoridad y sociedad corruptas, así como a cooperar con las autoridades y el resto de la sociedad en la construcción de un mundo mejor. ¡Qué gran tensión tenemos en nuestra vida! ¿Es completamente malo el mundo en el que estamos? Para nada, pues lo creado por Dios es bueno (Gen.1:10,12,18,21,25,31) y hemos de amar al mundo, así como Dios ama al mundo (Jn.3:16). Si decimos que la Palabra se hizo carne, es porque Dios no menosprecia este mundo ni lo material, sino que vive en su creación (de la cual somos parte) y la santifica, como también tratamos en las entradas 15° y 16°. Lo negativo de la palabra "mundo" hace alusión a las lógicas de poder de este mundo (sometido por nuestro pecado), que son completamente opuestas al poder no violento que el Espíritu Santo nos enseña. Vemos cómo los judíos esperaban que el Mesías fuera un libertador que le hiciera guerra al imperio y reinara en su lugar, pero Jesús dice: "mi reino no es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado" (Jn.18:36; Mt.22:21; Mr.12:17; Lc.20:25). En la entrega de Cristo vemos de forma sublime el carácter de la guerra que luchamos, en la que hemos de vencer el mal con el bien (Rom.12:21; 1Tes.5:15; 1Pe.3:9) y en la que los postreros serán los primeros (Mt.19:30,20:16; Mc.10:31; Lc.13:30). En esto vemos lo que Francisco de Asís[2] llamaba "lo kenótico", que es hacerse el menor, lo que Jesucristo hizo al encarnarse y nacer en un establo, al servir a los excluidos y especialmente en su muerte en la cruz. En la oración intercesora de Cristo en Jn.17, Él ora especialmente por esta tensión. Así como Él, no pertenecemos a este mundo, pero de ninguna forma nos debemos abstraer del mundo, pues Cristo nos ha enviado a éste (v.14-18). Cristo pide al Padre que nos proteja del Maligno que asola este mundo, y por lo mismo debemos estar unidos (v.21). Es aquí donde hemos de aferrarnos a Cristo, nuestra verdad, confiados en que su oración ha sido escuchada y que va delante nuestro en la batalla con todo su ejército celestial. Tengámosle a Él como estandarte, bandera o pendón y avancemos con confianza (Sal.20:5; Is.11:10-12, 62:10). No debemos temerle a esta batalla ni debemos temerle al mundo ni refugiarnos de él, pues Cristo ha vencido al mundo (Jn.16:33). ¡Aleluya! Como dice aquél grito de júbilo: "¿Quién vive? ¡Cristo! Y a su nombre: ¡Gloria! Y a su Iglesia: ¡Victoria!".

Para concluir, debo decir que es tentador usar estos conceptos para pelearnos entre nosotros, abogando por lo que uno considera bueno, negando que el otro sea cristiano si no calza con nuestra moral o nuestro ideal. Pero he de insistir que la fe no se basa en una moral ni en ideas[3], y que todos los que confesamos a Cristo somos parte de un mismo equipo, un mismo partido, un mismo ejército unido por una misma misión, siguiendo a un mismo Señor. Los cristianos no podemos ser fieles a nuestra lucha si nos peleamos entre nosotros, pues todo reino divido será asolado (Lc.11:17). Al compararnos con un ejército, hemos de entender que nuestra misión requiere de cierta disciplina, que nos entrenemos constantemente en la lectura y oración comunitaria, y que hemos de dar nuestra vida por el Evangelio, dispuestos a morir por la causa (2Tim.2:11-12)[4]. Vayamos adelante con valor, sabiendo que Cristo, al resucitar, ya venció a la muerte y con ella al pecado y al Maligno (Rom.6:9-11). Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros? (Rom.8:31; Sal.27:1; Mt.16:18)

Les dejo, entonces, con tres canciones muy buenas respecto al tema. Bendiciones.

Firmes y adelante, huestes de la fe

Castillo fuerte es nuestro Dios

Yo soy un militante


[1]El Precio de la Gracia: El seguimiento, Dietrich Bonhoeffer. Ediciones Sígueme, sección "iglesia visible", pág. 194. DESCARGAR.
[2]Francisco de Asís, a quien le debemos esa hermosa oración: "Hazme un instrumento de tu paz".
[3]Nuestra fe se basa únicamente en una persona, que es Cristo, y en seguir su ejemplo.
[4]Idea que viven todos aquellos que son perseguidos por su fe, y que también encarnan los Equipos Cristianos de Acción por la Paz (http://cpt.org/), motivados por la siguiente pregunta: “¿Qué pasaría si los cristianos dedicaran la misma devoción y disciplina en sus acciones por la paz que los ejércitos dedican en sus acciones bélicas?” Recomiendo revisar el material que tienen del pacifismo en relación a la Biblia: http://cpt.org/es/resources/training/bibical_nonviolence