lunes, 15 de diciembre de 2014

18° La Iglesia: huestes de la fe


Siempre tuve repulsión a la idea de ese Dios guerrero y a identificarse con la guerra o con un ejército. Sin embargo, es una imagen muy utilizada, especialmente entre los pentecostales y carismáticos. De todas formas, la imagen de la guerra abunda en la Biblia y no podemos ignorarla. Como veremos, es una imagen muy potente y apasionada de la Biblia, especialmente para aquellos que sufren.

En el Antiguo Testamento se nombra (Versión Reina Valera 1960) 273 veces a "Jehová de los ejércitos" o "Dios de los ejércitos" y en el Nuevo Testamento aparece 2 veces como "Señor de los ejércitos". En su idioma original es "YHVH-Sebaot". "Sebaot" significa literalmente "huestes", refiriéndose especialmente a batallas o servicio. Jehová de Sebaot es el nombre del Señor en su manifestación de poder, como Rey (Sal.24:10) y Señor de la gloria (1Cor.2.8). Eso si, es interesante que el invocar a Dios de esta forma no es propio de los pasajes bélicos como del Pentateuco, ni de Josué ni de Jueces (aunque son pasajes que igual construyen el concepto que se tiene de la Iglesia como ejército). Tal forma de invocar al Señor es usado especialmente por el profeta Jeremías, pero también por profetas como Hageo, Zacarías y Malaquías. Es el título distintivo de Dios en relación con la ayuda y consolación que Él nos da en tiempos de división y fracaso (1Re.18:15, 19:14; Is.1:9, 8:11-14, 9:13-19, 10:24-27, 31:4-5; Hag.2:4; Mal.3:16-17; Stgo 5:4). El salmista invoca a "Jehová de los ejércitos" como protector y pacificador, pues es nuestro escudo (Sal.84) y "hace cesar las guerras hasta los fines de la tierra[...] quiebra el arco, corta la lanza y quema los carros en el fuego" (Sal.46; Os.2:18). Para mí, hablar de "Jehová de los ejércitos" es hablar de aquél Señor misericordioso que nos protege y está por encima de los poderes y los males de este mundo, sabiendo que mi Dios puede contra todos los ejércitos de este mundo y les pondrá fin con certeza. Como dice en Isaías 2:4: "Y juzgará entre las naciones, y reprenderá a muchos pueblos; y volverán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra."

Respecto a entender al pueblo de la fe como un ejército, he de destacar que tampoco se usa en los pasajes bélicos, donde la palabra ejército se usa más bien en su concepto práctico (sin dejar de ser una cuestión bastante simbólica). La única parte del Antiguo Testamento en que se habla del pueblo de Dios, en su conjunto, como ejército o huestes es en Éxodo 6:26; 7:4, 12:17,41,51, en relación a la liberación de la esclavitud. En el Nuevo Testamento no se habla literalmente del "ejército de la fe" o de "huestes de la fe", pero la alusión al conflicto y la lucha es recurrente (lo que también se relaciona al deporte (1Cor.9:24-25; 2Tim.2:5,4:7; Fil.3:14)), y también se presenta la imagen de que los creyentes somos soldados de Cristo. Veamos la siguiente ilustración:
Por lo demás, hermanos míos, fortaleceos en el Señor, y en el poder de su fuerza. Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo. Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes. Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes. Estad, pues, firmes, ceñidos vuestros lomos con la verdad, y vestidos con la coraza de justicia, y calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz. Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno. Y tomad el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios; orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos; y por mí, a fin de que al abrir mi boca me sea dada palabra para dar a conocer con denuedo el misterio del evangelio, por el cual soy embajador en cadenas; que con denuedo hable de él, como debo hablar.(Ef.6:10-20; 2Cor.10:3-5; 1Tes.5:8; Is.59:17)
La idea del Diablo, entendámoslo como un ser en sí mismo o solo como símbolo de la muerte y de nuestro pecado, sirve para entender que nuestro enemigo no son los otros. Nuestro enemigo es el Maligno, nuestro pecado, la incredulidad, la opresión y la injusticia. Ante tales cosas hemos de acudir a la defensa divina, estando firmes en la misión evangélica que da sentido a nuestra vida, esperando que la gracia de Dios enrole cada vez a más soldados. Con su ayuda hemos de proseguir adelante con la proclamación del Evangelio de paz y respondiendo (si es necesario) con el poder del Espíritu Santo, que se manifiesta especialmente con la Palabra de Dios. Nuestra lucha es completamente pacífica, pues no tenemos otra arma que la Palabra de Dios. "No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos" (Zac.4:6). Hemos de responder humildemente enseñando la verdad del Evangelio, con palabras y con entrega mutua, y la Palabra de Dios nos llevará también a la oración, con la que recurrimos a nuestro Rey y con la que nos apoyamos mutuamente, permitiendo que el Espíritu nos una para ir firmes y adelante como un solo equipo, combatiendo unánimes por la fe del Evangelio (Fil.1:27; 1Cor.14:8).

Hemos de recurrir siempre a la oración y a Dios, pues no podemos confiar en nosotros mismos, que constantemente caemos en las diabólicas lógicas de poder de este mundo. Hemos de cuidarnos de nosotros mismos, que no nos aferremos a las seguridades y poderes terrenales, sino que como militantes del Reino nos alejemos de tales cosas (1Tim.6:10-12; 2Tim.2:3-4). En el encuentro de Jesús con el Diablo en el desierto, se puede identificar cómo Cristo condena la tentación del poder económico, del poder religioso y del poder político-militar (Mt.4:1-11; Mr.1.12-13; Lc.4.1-13; Jn.2:18,6:15,26,31). Esto mismo hace sintonía con la imagen apocalíptica de la Bestia y la Gran Ramera de Daniel 7 y Apocalipsis 17. Sin entrar en mayor interpretación, esta Bestia tiene poder sobre los reinos de este mundo, se adorna con metales preciosos, persigue a los santos de Dios y destroza el mundo. El poder de este mundo es lo que caracteriza al mal. Vivimos bajo un orden social lleno de violencia, sometidos a los poderosos y maleantes de hoy o a nuestro propio pecado. Sin embargo, confiamos en que Dios mismo juzgará y acabará con el orden actual, para que empiece el gobierno pleno de Dios en la tierra: el Reino de Dios en la segunda venida de Cristo (Dn.7:13-14, 25-27; Ap.17:14-18; Is.11; Hch.1:9-11; Mt.24:29-51, 26:64; Mr. 13.24-37; Lc.21:25-36; 2Tes.2:3-11).

Por todo esto, hemos de ser como extranjeros en este mundo, como peregrinos que se abstienen de lo mundano que batalla contra el alma (1Pe.2:11; Heb.11:13; 13:14; Stgo.4:1). Existe aquella dicotomía entre el Reino de Dios y el reino del mundo. Entonces... ¿Cómo actuar ante las autoridades civiles, los poderosos y los que gobiernan este mundo? Es muy citado cuando Pablo dice "sométase toda persona a las autoridades superiores" (Rom.13), pero lejos de interpretarlo desde la perspectiva autoritaria, me siento interpelado por la interpretación de Dietrich Bonhoeffer[1]:
El cristiano no debe aspirar a situarse en el mismo plano de los que tienen el poder; su vocación es la de permanecer abajo. Las autoridades están arriba, mientras él se encuentra abajo. El mundo reina, el cristiano sirve; así está en comunión con su Señor, que se hizo esclavo.
Recordemos que Pablo sabía bien qué era ser perseguido por la autoridad (Hch.9:23-30; 13:49-52; 14:1-6, 19-20; 16:16-37; 17:1-14; 18:1-6; 19:21-39; 21:1-23; 22:30-23:11; 25:1-12; 25:23-26:32) y recordemos que "es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres" (Hch.4:19, 5:29). Si leemos con cuidado el pasaje de Rom.13, notaremos que su fin no es justificar a los poderosos, sino que insistir en que Cristo es el único Señor del ser humano y que no hemos de adjudicarnos señorío enfrentándonos a la autoridad, sino que hemos de vestir las armas de la luz (v.12), que es el amor al prójimo, el cumplimiento de la ley del Reino. Ley con la que nos gozamos en la persecusión (Mt.5:1-11) y con la que damos la otra mejilla (Mt.5:38-42). Insisto en que el enemigo no es el otro, sino que hemos de cuidarnos nosotros de no caer en las lógicas del Maligno. Ante la dureza de las autoridades, hemos de saber que nosotros debemos ser distintos (Mc.10:42-45) y hemos de orar por ellas (Mt.5:44; 1Tim.2:1-2), pidiendo a Dios que las utilice para hacer su voluntad. Con todo, una comunidad o sociedad siempre necesitará gente que la dirija o tener ciertos roles de autoridad o responsabilidad. No existe responsabilidad sin autoridad. Toda comunidad necesita cierto orden para que podamos luchar juntos, avanzar juntos. Así mismo, todos tenemos autoridad sobre otros en algún momento de nuestra vida, sea en menor o mayor grado. Rom.13 apunta a que tal autoridad no es propia, sino que se la debemos a Dios y debemos usarla en pos del bien común, sirviendo siempre al Señor y al prójimo.

Me encantaría profundizar también respecto a la riqueza y la pobreza, sabiendo que el ser soldados de Cristo es militar por la austeridad y por los pobres (1Tim.6:3-19, 2Tim.2:1-13; 1Cor.9:7; Heb.10:32-34; 1Jn.2:14-17), y que no podemos servirle a dos señores (Mt.6:24; Lc.16:13). Sin embargo, es un tema amplio y que se escapa de esta serie de entradas.

El tema del poder y la autoridad es complejo, sabiendo que el concepto de la Iglesia como ejército puede llevarnos tanto al rechazo de la autoridad y sociedad corruptas, así como a cooperar con las autoridades y el resto de la sociedad en la construcción de un mundo mejor. ¡Qué gran tensión tenemos en nuestra vida! ¿Es completamente malo el mundo en el que estamos? Para nada, pues lo creado por Dios es bueno (Gen.1:10,12,18,21,25,31) y hemos de amar al mundo, así como Dios ama al mundo (Jn.3:16). Si decimos que la Palabra se hizo carne, es porque Dios no menosprecia este mundo ni lo material, sino que vive en su creación (de la cual somos parte) y la santifica, como también tratamos en las entradas 15° y 16°. Lo negativo de la palabra "mundo" hace alusión a las lógicas de poder de este mundo (sometido por nuestro pecado), que son completamente opuestas al poder no violento que el Espíritu Santo nos enseña. Vemos cómo los judíos esperaban que el Mesías fuera un libertador que le hiciera guerra al imperio y reinara en su lugar, pero Jesús dice: "mi reino no es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado" (Jn.18:36; Mt.22:21; Mr.12:17; Lc.20:25). En la entrega de Cristo vemos de forma sublime el carácter de la guerra que luchamos, en la que hemos de vencer el mal con el bien (Rom.12:21; 1Tes.5:15; 1Pe.3:9) y en la que los postreros serán los primeros (Mt.19:30,20:16; Mc.10:31; Lc.13:30). En esto vemos lo que Francisco de Asís[2] llamaba "lo kenótico", que es hacerse el menor, lo que Jesucristo hizo al encarnarse y nacer en un establo, al servir a los excluidos y especialmente en su muerte en la cruz. En la oración intercesora de Cristo en Jn.17, Él ora especialmente por esta tensión. Así como Él, no pertenecemos a este mundo, pero de ninguna forma nos debemos abstraer del mundo, pues Cristo nos ha enviado a éste (v.14-18). Cristo pide al Padre que nos proteja del Maligno que asola este mundo, y por lo mismo debemos estar unidos (v.21). Es aquí donde hemos de aferrarnos a Cristo, nuestra verdad, confiados en que su oración ha sido escuchada y que va delante nuestro en la batalla con todo su ejército celestial. Tengámosle a Él como estandarte, bandera o pendón y avancemos con confianza (Sal.20:5; Is.11:10-12, 62:10). No debemos temerle a esta batalla ni debemos temerle al mundo ni refugiarnos de él, pues Cristo ha vencido al mundo (Jn.16:33). ¡Aleluya! Como dice aquél grito de júbilo: "¿Quién vive? ¡Cristo! Y a su nombre: ¡Gloria! Y a su Iglesia: ¡Victoria!".

Para concluir, debo decir que es tentador usar estos conceptos para pelearnos entre nosotros, abogando por lo que uno considera bueno, negando que el otro sea cristiano si no calza con nuestra moral o nuestro ideal. Pero he de insistir que la fe no se basa en una moral ni en ideas[3], y que todos los que confesamos a Cristo somos parte de un mismo equipo, un mismo partido, un mismo ejército unido por una misma misión, siguiendo a un mismo Señor. Los cristianos no podemos ser fieles a nuestra lucha si nos peleamos entre nosotros, pues todo reino divido será asolado (Lc.11:17). Al compararnos con un ejército, hemos de entender que nuestra misión requiere de cierta disciplina, que nos entrenemos constantemente en la lectura y oración comunitaria, y que hemos de dar nuestra vida por el Evangelio, dispuestos a morir por la causa (2Tim.2:11-12)[4]. Vayamos adelante con valor, sabiendo que Cristo, al resucitar, ya venció a la muerte y con ella al pecado y al Maligno (Rom.6:9-11). Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros? (Rom.8:31; Sal.27:1; Mt.16:18)

Les dejo, entonces, con tres canciones muy buenas respecto al tema. Bendiciones.

Firmes y adelante, huestes de la fe

Castillo fuerte es nuestro Dios

Yo soy un militante


[1]El Precio de la Gracia: El seguimiento, Dietrich Bonhoeffer. Ediciones Sígueme, sección "iglesia visible", pág. 194. DESCARGAR.
[2]Francisco de Asís, a quien le debemos esa hermosa oración: "Hazme un instrumento de tu paz".
[3]Nuestra fe se basa únicamente en una persona, que es Cristo, y en seguir su ejemplo.
[4]Idea que viven todos aquellos que son perseguidos por su fe, y que también encarnan los Equipos Cristianos de Acción por la Paz (http://cpt.org/), motivados por la siguiente pregunta: “¿Qué pasaría si los cristianos dedicaran la misma devoción y disciplina en sus acciones por la paz que los ejércitos dedican en sus acciones bélicas?” Recomiendo revisar el material que tienen del pacifismo en relación a la Biblia: http://cpt.org/es/resources/training/bibical_nonviolence

No hay comentarios: