lunes, 29 de diciembre de 2014

19° La Iglesia: cónyuge del Señor


Esta ilustración, al igual que la anterior, es muy apasionada y potente. Pero también es muy compleja y ha de ser tratada de forma cuidadosa, pues el matrimonio se ha entendido de formas muy distintas en las distintas culturas y a través del tiempo. No es de extrañarse que el contexto bíblico siempre fue uno patriarcal, en que la mujer era posesión del hombre. En el Antiguo Testamento se practicaba la poligamia, y luego en el Nuevo Testamento la monogamia, empezando a adoptarse ciertas estructuras jerárquicas de la casa grecorromana (oikos). Se ha de leer tales pasajes entendiendo que tales eran los contextos, y así rescatar mejor el significado que tienen[1].

La imagen de la Iglesia como esposa del Señor se basa principalmente en las profecías de Oseas, Isaías, Ezequiel y Jeremías (Os.1-3; Jer.2-3; 11:15; 12:7-9, 33:11; Ez.16,23; Is.54-62) y en la de Apocalipsis (Ap.12;17-22). Se habla de la esposa haciendo referencia al pueblo de Dios en su conjunto, identificándolo muchas veces con sus ciudades. Dios la hizo suya al recogerla desamparada y dándole su alianza, pero ella le fue infiel con los ídolos y cayó en completa corrupción, fornicación, prostitución y adulterio al faltar a los mandamientos y caminos del Señor. Jesús y sus apóstoles igual usan estas palabras con tal sentido (Mt. 2:39; Mc.8:38, Stgo.4:4; Ap.2:22). Pero, pese a la la infidelidad del pueblo, el amor de Dios sigue vigente, llamándolo a la conversión y reconciliándose apasionadamente. Tal reconciliación implicará un estado eterno de justicia, paz, misericordia, abundancia, luz y alegría como la de los recién casados, la alegría de una fiesta de bodas. Jesús también relaciona tal alegría con el reino de los cielos (Mt.22:1-14; 25:1-13; Jn.2:1-10), teniendo que ser pacientes y diligentes hasta su plena instauración. Al final del Apocalipsis vemos como es destronada la Gran Ramera o la Bestia, para que se presente con gloria la Esposa del Cordero, que es la Iglesia, pero también es imagen del Reino de Dios, la Nueva Jerusalén que desciende (Ap.21:9-10). Tal es el amor de Dios por su pueblo, que estos pasajes se suelen relacionar con el poema erótico de Salomón, el Cantar de los Cantares.

Pablo, al explicar a los gálatas que la salvación en Cristo es por su promesa y por su pura gracia, mediante la fe y no por cumplimiento de la ley, presenta la alegoría de Sara y Agar citando también a Isaías (Gal.4:21-31). Agar, esclava de Abraham, simboliza el pacto de la ley y la Jerusalén de este mundo. Sara, la esposa libre de Abraham, dio a luz por la promesa y representa el Nuevo Pacto y la "Jerusalén de arriba". A los romanos también les presenta la alegoría del matrimonio para decir que estamos muertos al pacto de la ley, para que nos casemos con Jesucristro conforme al pacto de la promesa, y Él nos libera, nos santifica y nos presenta a sí mismo sin mancha (Rom.7:1-6; 2Cor.11.2; Col.1:22; Ef.1:4). Cristo nos ha comprado para que seamos su cónyuge, o su siervo, y no lo ha hecho por bajo precio, sino que dio su vida. Con esto nos ha librado de la esclavitud que teníamos ante la ley y la muerte, por lo que hemos de vivir correspondiendo a su entrega. ¡Dejémonos conquistar por su inmesurable muestra de amor!

Antes de seguir con el aporte de Pablo, que responde a un contexto cultural distinto al de los profetas mencionados anteriormente, me parece relevante preguntarnos por la esencia del matrimonio. Ante los cambios a través de la historia... ¿qué es lo trascendente? Aquí he de destacar lo que dice Jesucristo, aludiendo a Gen.2:18-24:
"al principio de la creación, varón y hembra los hizo Dios. Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne; así que no son ya más dos, sino uno. Por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre" (Mt.19:1-12;5:31-32; Mr.10:1-12; Lc.16:18).
El matrimonio no se basa en la posesión de uno sobre el otro, sino que en la unión plena de dos personas. Cristo dignifica a la mujer criticando en aquel tiempo el divorcio, con el que desechaban, sin mayor razón, a la mujer como a un objeto. También destaco que Cristo tuvo tanto discípulos como discípulas (Lc.8:1-3, 23:55-24:1; Mt.27:55-56; Mc.15:40-41; Jn.19:25), y entre estas últimas estuvieron las privilegiadas que le anunciaron por primera vez (Mt.28:8-10; Mc.16:1-11; Lc.24:5-10; Jn.20:11-18, 4:25-42).

El matrimonio que propone Cristo se complementa bellamente con las palabras de Rut: “Donde tu vallas, yo iré” (Rut 1:16-17); con las de Salomón: "Cordón de tres dobleces no se rompe pronto" (Ec.4:9-12); y con las de Pablo: "La mujer no tiene potestad sobre su propio cuerpo, sino el marido; ni tampoco tiene el marido potestad sobre su propio cuerpo, sino la mujer" (1Cor.7:4). Es considerando este espíritu de unión y reciprocidad, que me atrevo a presentarles las siguientes palabras de Pablo:
Someteos unos a otros en el temor de Dios. Las casadas estén sujetas a sus propios maridos, como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia, la cual es su cuerpo, y él es su Salvador. Así que, como la iglesia está sujeta a Cristo, así también las casadas lo estén a sus maridos en todo. Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha. Así también los maridos deben amar a sus mujeres como a sus mismos cuerpos. El que ama a su mujer, a sí mismo se ama. Porque nadie aborreció jamás a su propia carne, sino que la sustenta y la cuida, como también Cristo a la iglesia, porque somos miembros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos. Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne. Grande es este misterio; mas yo digo esto respecto de Cristo y de la iglesia. Por lo demás, cada uno de vosotros ame también a su mujer como a sí mismo; y la mujer respete a su marido. (Ef.5:21-33)
Antes de profundizar en el sublime sentido de estas palabras, he de trabajar aquello que hace ruido. Estas palabras han sido utilizadas por siglos para perpetuar el patriarcado, especialmente si se unen a otro pasajes paulinos en que se recurre a Gen.2 para naturalizar una relación jerárquica entre el hombre y la mujer (1Cor.11:1-16, 14:34-35; 1Tim.2:9-15). En estos se llega a decir que las "mujeres callen en las congregaciones; porque no les es permitido hablar", así como que "aprenda en silencio, con toda sujeción, porque no permito a la mujer enseñar ni ejercer dominio sobre el hombre, sino estar en silencio" e incluso que "Adán no fue engañado, sino que la mujer, siendo engañada, incurrió en transgresión, pero se salvará engendrando hijos". Digo con fuerza que es de gran irresponsabilidad e ignorancia usar estos pasajes fuera de su contexto, interpretándolos de forma literal y machista. No se puede someter el mensaje del Evangelio a este par de versículos, especialmente si en la misma carta en que se dice que callen, también se les reconoce para la oración y la profecía (1Cor.11:2-16), lo que implica hablar a los hombres para edificación, exhortación y consolación (1Cor.14:3); y el mismo autor[2] que dice que se salvarán engendrando hijos, también les da la potestad de elegir su propio estado civil, aconsejando la soltería y la vocación religiosa (1Cor.7). Ante todo, Pablo es un apóstol que reconoce y valora enormemente el aporte de sus colegas mujeres (Rom.16; Fil.4.2-3; Hch.18.1-3,25-26), entre las que habían ministras y misioneras iguales a él. Es más, al hablar de la Iglesia como cuerpo de Cristo (11º entrada), Pablo llama a que todos aporten con los dones que Dios le ha dado y que nadie ha de ocultarlos, pues es Dios quien actúa a través de ellos (1Cor.12; Rom.12). La Iglesia del primer siglo fue, sin lugar a dudas, un espacio que le otorgó a las mujeres mayor derecho y liderazgo, por lo que habrá ganado grandes conflictos internos y con el resto de la sociedad. Ante esto, los apóstoles habrán considerado prudente mantenerse dentro de la lógica patriarcal de la época, enseñando sumisión de parte de la mujer juntamente a la sumisión de los hijos y de los esclavos (Col 3:18-4:5; Tito 2; Ef.5:33-6:9; 1Cor.7), dependiendo todos del señor de la casa, quien los sustentaba. Hoy, ante una sociedad que quiere cambiar, y considerando que la Iglesia ya exigió de forma unánime la abolición de la esclavitud, ¿no debemos exigir también la abolición del patriarcado? ¿Qué otra cosa hemos de hacer, si confesamos que en el bautismo "ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús" (Gal.3.27-28), y que tanto hombre como mujer fueron creados a imagen y semejanza de Dios (Gen.1:26-27)? Aún bajo su piel patriarcal, aquellos pasajes polémicos de Pablo fueron tremendamente liberadores para la época y deben seguir siéndolo, pues en los mismos va insistiendo que "en el Señor, ni el varón es sin la mujer, ni la mujer sin el varón" (1Cor.11:11) y que el señor de la casa ha de cuidar humildemente a sus subordinados con temor a Dios, que no hace acepción de personas (Col 3:25; Ef.6:9). La ilustración de Ef.5:21-33, que he puesto como central en esta entrada, aparece encabezada con la frase que ha de regir todo lo que sigue: "Someteos unos a otros". La sumisión no debe venir de solo una parte, pues si alguien tiene mayor autoridad debe entregarse a sí mismo para potenciar a la otra parte, identificándose plenamente con ella y promocionándola en todo. Tal sentido se complementa perfectamente con lo tratado en la entrada anterior, en que imitar a Cristo implica necesariamente hacerse el menor y servir al otro. Pedro presenta igual el respeto y cuidado mutuo en el matrimonio como cuestión que refleja el Evangelio sin necesidad de palabras, y algo de lo que depende nuestra buena relación con Dios (1Pe.3:1-7).

Con todo, Ef.5:21-33 potencia con aún más pasión la imagen presentada por los profetas. No se trata solo de nuestra liberación, el pacto de la promesa, la fidelidad de Dios, nuestro apasionado reencuentro, el sustento, la santificación y la fiesta eterna, sino que de entrega mutua y de que "somos miembros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos". De ahora en adelante, la Pascua que celebramos en la Santa Cena y la concepción de la Iglesia como Cuerpo de Cristo, están inseparablemente unidas a la concepción de la Iglesia como cónyuge del Señor (cosa señalada igual en Jn.19:31-37[3]). Ahora vemos con mayor fuerza que nuestra vida no tiene sentido sin el Señor y que ésta ha de ser un proyecto común con todos los que son parte de su cuerpo místico. Hemos de entregar nuestra vida al Señor en todas sus dimensiones, en espíritu y cuerpo (1Cor.6:12-20), y hemos de servir al otro como a nuestro propio cuerpo, o aún más, como al mismo Señor, nuestra cabeza. Con todo esto, ya no le llamaremos más Mi Señor, sino que Mi Marido (Os.2:16), sabiendo también que Cristo no trataba a sus discípulos como siervos, sino que como amigos (Jn.15:15).

Oh, Señor, líbranos de usar estas preciosas imágenes para sustentar eclesiologías y mariologías patriarcales y castrantes. Déjanos moldear por tu palabra e impide que te utilicemos para imponer nuestra moral. Queremos serte fiel en este proyecto común y revestirnos de ti, ahora y por toda la eternidad, sabiendo que las muchas aguas no podrán apagar nuestro amor, ni lo ahogarán los ríos (Cantares 8:7). Amén.


[1] Sin poder profundizar mucho en el tema de género, recomiendo aprender del trabajo de Irene Foulkes. Lean "Pablo: ¿un militante misógino? Teoría de Género y Relectura Bíblica" y "CONFLICTOS EN CORINTO. LAS MUJERES EN UNA IGLESIA PRIMITIVA".Agradezco a mi hermano Josaphat Jarpa, que me facilitó tal material.
[2] Son muchos los que sostienen, a partir del método histórico crítico y de mano de la teología liberal, que varias de las cartas consideradas tradicionalmente paulinas no son realmente de Pablo, sino que de autores posteriores que le atribuyeron sus escritos al apóstol. Pero yo me opongo, pues es una teoría científica que todavía no se comprueba, pero sobre todo porque no he de quitarle autoridad a las Sagradas Escrituras.
[3] Jn.19:31-37. Al no quebrarse los huesos de Cristo se apunta a que Él es nuestro Cordero de Pascua (Ex.12:46; Nm.9:12; Sal 34:20) y así como Eva nace del costado de Adán (Gen.2:21-22), del costado de Cristo traspasado por la lanza nace la Iglesia. Esto es, del bautismo de agua y sangre, que es el Espíritu de gracia y súplica (Zac.12:10; Ap.1:7). Gen.2:21-22, más que una cuestión jerárquica entre hombre y mujer, debemos verlo como profecía cumplida en Jn.19:31-37.

2 comentarios:

Patrick dijo...

Sobre el sexo femenino de Junia, ensalzada entre los apóstoles:
https://evangelizadorasdelosapostoles.wordpress.com/2015/05/21/hay-en-la-biblia-un-apostol-mujer-por-ariel-alvarez-valdes/

Luis Inostroza Jara dijo...

hermosa reflexión y enseñanza... me recuerda a Priscila, pastora y maestra en la comunidad cristiana primitiva, y colaboradora del apóstol Pablo... y por sobre todo que Dios es nuestro Novio y Amado en común.

Tomé, Luis.