martes, 22 de marzo de 2016

La cruz y resurrección de Cristo como centro de la identidad evangélica luterana


El principal símbolo visual en casi cada centro luterano de culto es la cruz, aquel cruel instrumento de tortura y muerte que se reservaba en el imperio romano para los esclavos rebeldes, los criminales violentos y los subversivos políticos.

Este símbolo es de central importancia porque nosotros confesamos que: ‘Es aquí en la cruz donde Dios nos encuentra’.

Aquí Dios se hace presente


  • oculto en la debilidad,
  • vulnerable,
  • sufriente,
  • abandonado,
  • muriendo.
En el abismo de la desesperanza en la oscuridad más profunda, Dios viene. En la realidad penosa de nuestra mortalidad, de nuestra soledad última, de nuestra debilidad Dios nos encuentra. Al contemplar la cruz todos nuestros intentos humanos de hallarlo son inútiles, nada más que ilusiones. No podemos encontrar a Dios…
  • ni por medio de comprobar su existencia mediante las maravillas de la naturaleza, ni por el poder de la lógica,
  • ni por validar su presencia por medio de bendiciones visibles,
  • ni por tener una prescrita experiencia religiosa,
  • ni por ganar el amor divino por nuestras buenas obras,
  • ni por construir gloriosas instituciones religiosas,
  • ni por alcanzar un alto nivel de moralidad personal,
  • ni por salvarnos a nosotros mismos a través de una elevada posición social, riquezas, conocimiento, consumismo, uso de drogas, pensamiento positivo, correctísimas doctrinas religiosas, grupos de auto-ayuda, comidas saludables ni rutinas de ejercicios físicos.
Nosotros no hallamos a Dios. Es Dios quien nos halla a nosotros en medio de nuestra oscuridad, nuestra pena, nuestro vacío, nuestra soledad, nuestra debilidad.
Pero así como Cristo venció a la muerte y resucitó, sabemos que nosotros tampoco quedaremos en nuestra oscuridad.
Jesucristo resucitó y nos dio su Espíritu Santo para que gocemos de su don y para que le proclamemos en el mundo como una comunidad viva, dispuesta a servir hasta la muerte, como Él mismo lo hizo. Con su cruz y resurrección Dios nos ha hecho libres para amar en comunidad.
Tenemos que celebrar. Todo es de Dios. Todo es un regalo, una dádiva. ¡Todo! Hasta el fin de la historia, cuando Cristo vuelva a destruir todo poder maligno del tiempo presente, y dará comienzo a la nueva era del Shalom, de justicia y paz.
Nosotros anhelamos ese día. Estamos esperando que llegue ese día. Rogamos que llegue ese día, clamando: “¡Ven, Señor Jesús”. Mientras confiadamente lo esperamos seguimos el camino de la cruz. Y mientras seguimos, nos reímos, cantamos, celebramos, bailamos, damos gracias, y gozosamente confesamos que:
Todos somos mendigos. Esta es la verdad

Aleluya. Aleluya. Aleluya. 




Extraído de "BAUTIZADOS VIVIMOS. El luteranismo como un modo de vida" de Daniel Erlander.

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