domingo, 20 de septiembre de 2015

Sumisión y Alegría

Este último año y tanto he podido profundizar mucho en mi fe, enfatizando mucho en el concepto de comunión, de entrega y discipulado. He profundizado en la espiritualidad del silencio y la sumisión ante Dios. He insistido en el cristocentrismo y en la gracia de Dios, criticando constantemente al moralismo. Muchas veces, los que enfatizan en el discipulado, enfatizan más la ética de Jesús que la comunión misma con Jesús, cayendo muchas veces en el moralismo.

Sin embargo, también yo empecé a caer en una especie de moralismo contra mí mismo. Estaba cayendo en la frustración de no estar correspondiendo realmente a las expectativas de Dios. Tratando de vivir un discipulado que valora la prueba y la negación del propio ego, estaba empezando a volverme en un amargado.

Sabía que Dios me ama tal como soy y que ante todo me ayudaba a seguir adelante, pero ya no lo estaba viviendo, y más por una cosa anímica y tal vez hasta hormonal que por una cuestión de convicciones.

 ¿Qué me estaba pasando? Cuando me di cuenta de esta gran contradicción, leí el Sermón del Monte y obtuve varias respuestas. Algunas ya las conocía y me fueron refrescadas, pero lo que más me ayudó fue notar que ante la debilidad humana Dios nos regala la alegría. Es la alegría la que nos ayuda a no solo saber que Dios nos ama por pura gracia, sino que a sentirlo y a amarnos nosotros a nosotros mismos por pura gracia.

La alegría siempre me había caracterizado, y tal vez por eso no era consciente de cuán importante es. Así mismo, me han faltado los espacios cotidianos para compartir alegría, como es el cantar alabanzas en la mesa (más que una petición en silencio), y otros espacios de camaradería fraterna en Cristo.

Un gran aprendizaje: Mientras más enfatizamos en el silencio, en la sumisión y en la entrega, cuanto más debemos enfatizar en la alegría y el gozo cotidiano de las cosas sencillas. Van de la mano y una no puede ir sin la otra. No se puede hacer nada por nadie si no se hace con un corazón feliz y es el corazón feliz en la gracia de Cristo el que nos da fuerza para seguir sus pasos. Es la alegría la que nos permite salir del ego y fijar nuestros ojos en Jesús, y es el ego el que nos lleva al amargante moralismo.

Ante todo, gracia en Cristo Jesús, gracia encarnada en la sencillez y alegría.

Gracias, oh Señor, por el sencillo y poderoso don de la alegría.

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